Leyendo la historia del siglo XIX y XX de España, te das cuenta, si analizas los procesos constitucionales (revolucionarios, contra-revolucionarios, y los pronunciamientos) que hoy en día estamos viviendo la decadencia, de nuevo, de nuestro sistema político.
Los paralelismos, salvando las distancias temporales, son escandalosamente preocupantes.
Para aterrizar más esta idea valga la pena centrarnos en la
Constitución más longeva (hasta la fecha) y la posterior caída del sistema.
Me refiero a la Constitución de 1876. Nacida del proceso de
Restauración después del fracaso de la Primera República.
Es curioso leer algunos pasajes del libro,
Constitucionalismo Histórico Español, y ponerte a pensar en lo que está
ocurriendo, hoy en día, en nuestro país.
Voy a ir hilvanando un discurso plagado de citas y
valoraciones personales.
La Constitución de
1876: un paralelismo en su origen y nacimiento con la de 1978
La Constitución de 1876, “era un sistema que funcionaba de
arriba abajo, en el que en realidad, nada, ni siquiera la Monarquía, estaba
sólidamente cimentado en el pueblo”.
Un análisis realizado por Torres del Moral en el que
concluye que la Constitución de 1876 (una de las más longevas) volvía a cometer
los mismos errores de los anteriores intentos: gobernar para el pueblo pero sin
el pueblo. Pensar más en el mantenimiento de los privilegios y defensa de los
propios intereses que en el devenir de la nación.
Esta afirmación nos trae a colación la situación política
actual, donde el pueblo “siente” que se gobierna sin contar con él. Donde la
corrupción y los intereses partidarios priman sobre el interés general y las
verdaderas necesidades.
Para situarnos en el contexto histórico debemos recordar que
Cánovas (que fue el líder de la Restauración) se propuso estabilizar el sistema
de gobierno mediante la construcción de una Monarquía y unas Cortes, en las que
la alternancia política (a la inglesa) aportaran la máxima estabilidad.
Para ello impulsó la redacción de una Constitución flexible,
abierta y que pudiera acoger los dos programas políticos de esas dos fuerzas
alternantes. El problema vino porque dicha constitución, en palabras de A.
Torres del Moral, era “una obra de arte política (de equilibrios) que no se
sustentaba ni en ideología, ni el pueblo, ni en nada”, por lo que y dado los
precedentes anteriores, “la Constitución de 1876 significaba la organización de
la desnacionalización del Estado”.
Esto me recuerda lo que ocurrió en la redacción de la
Constitución de 1978, en la que casi todas las fuerzas políticas haciendo un
enorme esfuerzo, renunciaron a sus posicionamientos por un pacto de
entendimiento con el único objetivo de salir de la Dictadura y andar hacia un
proceso democrático.
El pueblo, refrendó aquella Constitución “pactista” en la
que se intentó dar “contento” a todas las partes y equilibrar los poderes,
apostando por un sistema bipartidista con fuerte peso de los nacionalismos.
A diferencia de 1876, el pueblo refrendó, pero la sensación
que queda hoy en día es la de que no le quedaba otro remedio, puesto que era “ese
nuevo régimen, democrático” o la vuelta a la inestabilidad y al “antiguo
Régimen” autocrático.
El sistema bipartidista:
otro ejemplo claro de agotamiento
Pero me voy a detener en el sistema de Partidos que
conocemos hoy en día y que tiene su antecedente, a mi modo de ver, más similar
en la Constitución de 1876.
Según las palabras de A. Torres del Moral, en la
Constitución de 1876 el sistema de partidos, de alternancia en el poder, “solo
podía funcionar con el control y manipulación del sufragio, lo que corría a
cargo del cacique. Hizo renacer el feudalismo bastardo de una estructura
decadente.”
Además, aporta en su obra, que dicha alternancia se
consideró, finalmente, como la construcción de dos caras de la misma moneda. Es
decir, un único partido construido en dos vertientes.
Esta situación hizo que con el paso de los años, tanto el
partido de Cánovas como el de Sagasta (alter ego de la época), ya no se
diferenciaran en casi nada (en cuanto al programa político) sino que solamente
los electores de aquella época percibieran distinciones en el talante (no sé
por qué pero eso me recuerda algo).
En resumen, ya con la Constitución de 1876 se consiguió que
el bipartidismo, la alternancia, produjera un efecto que hoy en día estamos
viviendo, la difícil identificación de las cosas que separan a ambas opciones
políticas capaces de gobernar.
Hoy en día a los ciudadanos nos resulta muy complicado
diferenciar a unos y a otros, y de hecho, la principal crítica que se les hace
es por su similitud.
Efectos de la
Constitución y el sistema bipartidista (entre otros)
Para situarnos en el momento actual y realizar una breve recopilación
de los principales vectores a través de los cuales se mueve el sistema (por
ende, la Constitución de 1978) y sus detractores, son:
·
Distanciamiento de la clase política y el pueblo.
(Gobierno para el pueblo pero sin el pueblo)
·
Indiferencia desmesurada hacia los dos grandes
partidos (PP y PSOE) (Fenómeno abstencionista)
·
Surgimiento de nuevas opciones y cuestionamiento
del propio sistema (la propia Constitución de 1978) (PAH, 15M, Podemos)
Volviendo al paralelismo de 1876, como indica A. Torres del
Moral en su libro, Constitucionalismo Histórico Español, “las demandas sociales
y regionalistas superaban con mucho la capacidad de respuesta del sistema, la
demanda de modernización social y política crecía incesantemente, mientras el
régimen (político) quedaba cada vez más rígido y disfuncional”.
Basta con no añadir nada a estos comentarios para hacer
actual el anterior párrafo. Pero sí que debemos resaltar una diferencia, que a
mi modo de ver es significativa y que el autor marca con la siguiente
exposición, “lo curioso, según apunta J. Linz, es que no surgiera una fuerza
política que, vertebrando el descontento social, capitalizara los errores del
sistema”.
Aduce como justificación o posibles explicaciones a este
suceso lo siguiente:
·
“El establecimiento del sufragio universal
masculino significó su agrarización y este electorado no estaba muy
sensibilizado”
·
“Los movimientos regionalistas tampoco
encontraron su identidad, escindidos entre izquierdas y derechas”
·
“La corrupción electoral no habría permitido que
un nuevo partido se hiciera con suficientes escaños como para remover la
política oficial”
·
“Los republicanos históricos no tenían fuerza”
·
“El regeneracionismo era más bien un movimiento
de intelectuales ideológicamente heterogéneos que no pasó en realidad de una
postura de denuncia”
·
“De manera que, como conclusión, el electorado
no fue el de apoyo a alternativas sino el de la abstención”
Pero en nuestro momento actual, sí que han surgido, una vez
que hemos tocado “fondo” ciertas alternativas que en sí mismas abogan por un
cambio en la organización y orientación del sistema.
Estas alternativas se fundamentan en una re-lectura
constitucional con muy diversos objetivos. Unos recogen los aspectos meramente
formales o de organización del estado, otros se centran en la afirmación de la
soberanía nacional y otras cuestiones identitarias, y por último, y la que más
fuerza ha cobrado tiene su origen en los problemas sociales de los ciudadanos.
Asimismo, han tomado enorme fuerza los nacionalismos
secesionistas y éstos, a su vez, tensan al sistema de partidos con retos y amenazas
de ruptura del consenso institucional.
En mi opinión el paralelismo entre la evolución de la
constitución de 1876 y la de 1978 es
escandaloso.
Varias conclusiones
En ambas se produce un agotamiento del sistema de
alternancia, parten de un constitución “pactista” en la que todos renunciaron,
este equilibrio se ha ido desarmando conforme ha ido pasando el tiempo, las
crisis y las demandas sociales han ido aumentando y la ceguera de las
estructuras políticas han supuesto, en ambos, la desafección de la población.
En un caso, mostrada con indiferencia (mediante la
abstención) y en el otro caso, mediante el surgimiento de opciones que en su
fundamento desean la abolición del “pactismo” de 1978 para construir un nuevo
entorno de convivencia.
En mi opinión, además y de forma coyuntural, el nacionalismo
ha tomado la delantera en la capitalización de ese descontento, sumando apoyos
y en esta ocasión, a diferencia de lo ocurrido en el final del XIX y principios
del XX, se presenta más cohesionado que nunca. (ERC (izquierda radical) y CIU
(conservadores) gobiernan conjuntamente en pos de un único objetivo: la
independencia)
Por tanto, y dado que el sistema que actualmente conocemos
está abocado a un cambio (y no solo a un cambio de caras o “rostros”) las
principales fuerzas políticas harían bien en pensar más allá de sus intereses y
de los intereses de sus propias oligarquías (con un sistema en el que la
permanencia en el oficio es casi hereditaria, el fenómeno caciquil no es
propiedad en exclusiva de la Restauración).
Es necesario un nuevo proceso en el que o bien a través de
la reforma de la Constitución de 1978 o bien a través de una asamblea
constituyente, retomemos la tarea comenzada por los legisladores que
instauraron la democracia de nuestros días.
Sin estridencias, pero aprendiendo del pasado. Buscando
mayor participación y democratización, profundizando en los derechos
fundamentales de los ciudadanos, vertebrando una nación como una nación, donde
todos los ciudadanos estemos cómodos y seguros.
No hay que tener miedo, pienso que España debe construirse
desde la historia pero sin anclajes. Debemos sentir el país como nuestro, heterogéneo
y diverso pero único y democrático.
La soberanía reside en el pueblo, y es él quien debe decidir
qué hacer con su organización.
Debemos considerar qué quieren los ciudadanos (dado que hoy
en día todos tenemos un mínimo de educación) y hacia dónde desean ir. Por mucho
que nos aferremos a un texto Constitucional, la historia nos ha demostrado que
agarrarnos a él solo nos puede traer dolor y desastre.
Yo no me veo peleando por un trozo de tierra. Hoy en día,
donde el mundo es universal y global, donde reclamamos movilidad de capitales y
de personas no entendería una guerra o un enfrentamiento. El ejemplo de Ucrania
lo tenemos muy cerca, no me gustaría vivirlo.
Por eso pido diálogo, entendimiento, discusión y
participación. No cometamos los mismos errores del pasado, no tengamos miedo a
cambiar, porque el cambio viene lleno de oportunidades y hoy la sociedad
necesita: ilusión.